Es el sueño de un Goebbels o un Fouché, el modelo del Gran Hermano orwelliano: un sistema automático capaz de adivinar no sólo quién ha cometido crímenes, sino quién piensa cometerlos. Algunos dirigentes políticos y desviados tecnólogos piensan que el procesamiento masivo de datos (billetes de avión, reservas de hotel, alquileres de coches, tarjetas de crédito, etc, etc, etc) por medio de un sofisticado algoritmo informático puede avisar de las intenciones de los malos. Problemas filosóficos aparte (y son graves), de momento la amenaza es casi inexistente. Los cuerpos policiales más dedicados a ello, como el FBI, son incapaces hasta de crear una red de uso interno o de diseñar un sistema de espionaje medianamente competente. Y es que aunque fuese posible en teoría, la práctica es otra cosa...
Hay un viejo aforismo que dice que en teoría, no hay discrepancias entre la teoría y la práctica; pero que en la práctica, sí que las hay. En la práctica el FBI se está mostrando como un verdadero negado en esto de la informática. Ni siquiera se ponen de acuerdo consigo mismos para diseñar una red de uno interno con la ayuda de la afamada casa de tecnología para espías y militares SAIC, en tiempos dueña de Networks Solutions y por tanto de los dominios de la Red. Y a la hora de espiar a terceros se ven obligados a comprar sistemas comerciales, porque son mejores que su afamado (y en tiempos muy temido) Carnivore. Derrotado no por las leyes o la indignación popular, sino por la incompetencia de sus programadores.
Y no son las únicas meteduras de pata cibernéticas del gobierno EEUU. Sin ir más lejos, hace poco una prueba del flamante sistema antimisiles balísticos que el gobierno Bush se empeña en instalar (funcione o no) fracasó debido a un fallo de programación. Demonios, si hasta la todopoderosa National Security Agency (NSA), antaño diseñadora y principal cliente de superordenadores, tuvo un desplome de su red interna a finales de los 90 que dejó a la principal agencia de espionaje electrónico de los EEUU fuera de combate por casi una semana, segun cuenta James Bamford...
Lo cierto es que los gobiernos no son buenos con este tipo de trabajos, por buenas razones. En un mercado en ebullición en el que las riquezas aguardan al que se arriesga, los más innovadores programadores no acaban en la administración pública. Los procedimientos de contratación externa, lentos y rígidos, no ayudan a que los estados contraten empresas ágiles y a la última. La predilección administrativa y política por grandes contratos con grandes empresas para crear enormes sistemas acaba muchas veces en megalomanía y carísimos diseños que nunca acaban de funcionar del todo. Para colmo, demasiadas veces el 'software' de la administración es propietario; es decir, que sólo los informáticos de la empresa fabricante pueden entrar y reparar sus entrañas.
Y en el espionaje ocurre igual. Las empresas subcontratadas son diferentes (SAIC tiene una asociación de décadas con el Pentágono y las agencias de inteligencia estadounidenses), pero los problemas son los mismos. Incluso los espías son funcionarios, y sus procedimientos de contratación son procedimientos burocráticos. Imagínese el problema que sería diseñar e instalar un sistema automatizado de recolección y procesamiento de información con intención de que sea predictivo. Con los métodos de contratación de una administración típica. Con el nivel de secreto de un servicio de inteligencia. Sin conocer siquiera el tipo de comportamientos o asociaciones de información que detectan a futuros terroristas, pongamos por caso... El nivel de follón administrativo/burocrático sería fenomenal; los enfrentamientos entre departamentos, enormes; el coste, faraónico, y el programa una vez entregado no funcionaría jamás. Con enemigos como éstos estamo razonablemente seguros.
En esta ocasión este defecto administrativo nos está favoreciendo a todos, al dificultar o impedir el espionaje masivo automático e indiscriminado (eso es lo que quieren que creamos). Aunque estaría bien detectar a los malos sin molestar a los buenos. Peor aún es que este tipo de tecnologías estén en manos privadas sin que la sociedad en su conjunto tenga control alguno sobre su uso. Malo es que te espíe el FBI o la Guardia Civil, pero mucho peor sería que lo hiciese un millonario del software de la vida... la encarnación de un malo de James Bond.
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