El 'software' es un negocio curioso; casi ningún programa comercial pertenece a sus compradores. ¿Suena raro? Léase la licencia de usuario (EULA, End User License Agreement, contrato de licencia de usuario final), y solloce; casi seguro es usted propietario sólo de un permiso para utilizar el programa en condiciones limitadas, sin responsabilidad alguna del fabricante en caso de fallo y con cláusulas prohibiendo cualquier copia. Y aunque usted piense que no ha firmado nada, lo ha hecho: la práctica del 'shrink-wrap', o del 'click-wrap', se habrán asegurado de ello; el mero hecho de abrir el envase o de obtener el programa sirven como firma legal. Lo que firmamos en esos acuerdos nos horripilaría si los leyésemos, cosa que muy poca gente hace. Tan poca que un usuario con tendencias lectoras se ha ganado 1.000 dólares haciendo justo eso: leerse entera la licencia de un programa.
La empresa pretendía con ello dos cosas: llamar la atención sobre sí misma, y destacar que su producto, a diferencia de otros de la competencia, no tiene cláusulas abusivas en su licencia. Mas de 3.000 usuarios anteriores se habían instalado el programa sin leerse entero el texto, en cuyos párrafos finales (tras varias páginas de legalés) se indicaba que un premio en metálico esperaba a quien escribiese a una dirección de correo. El remitente recibió los 1.000 dólares, la lectura de EULAs se ha visto fomentada y la compañía ha conseguido colocar su historia en Slashdot. Todo el mundo feliz.
Pero el incidente sirve para destacar una vez más la desprotección de los usuarios frente a los departamentos legales de las empresas. Es cierto que las cláusulas más abusivas de las licencias suelen ser anuladas por leyes de protección al consumidor, o incluso por derechos ciudadanos básicos. También lo es que se siguen produciendo situaciones absurdas, como la de no poder abrir el envase para ver las condiciones sin automáticamente aceptarlas... antes de haberlas podido leer. Obligando así al comprador a firmar un contrato a ciegas.
Algunos de los más egregios casos de abusos se han limitado gracias a que se ha corrido la voz por Internet. Programas inofensivos que al ser instalados daban derecho a su propietario a instalar 'adware' o 'spyware' en el ordenador del usuario, en teoría con su consentimiento, o sistemas de correo web que exigían la cesión del 'copyright' de todo el material enviado o recibido en sus sistemas son solo dos ejemplos del tipo de cosas que la práctica de las licencias de usuario puede 'colarnos' en su letra pequeña a nada que nos descuidemos.
Y es que el software es un producto muy especial. Impalpable, fácilmente copiable, compuesto de efímeros bites, su existencia es problemática, y su estátus legal complicado. En la práctica lo que las empresas nos venden no es el programa en sí, sino un permiso para utilizarlo sin el cual una copia es funcional, pero perfectamente ilegal. No es una venta, sino una especie de extraño alquiler: la solución de la industria al espinoso problema de la facilidad de copia que da lugar a la piratería. Y tan sencillo de abusar...
Como consumidores, debemos exigir que los contratos de este tipo no sean abusivos, que sean legibles, transparentes y por supuesto que no introduzcan cláusulas sospechosas ni limiten derechos. Por su parte la industria informática, empeñada en una sin duda justa y necesaria lucha contra la piratería, ganaría muchos puntos ante la ciudadanía si limitase los abusos de las licencias de usuario y las tácticas ventajistas a la hora de imponerlas. Abusar del usuario cuya colaboración se requiere no es una forma inteligente de obtener ayuda. Cuando hablamos de compraventa y protección de productos impalpables, la generosidad acaba por ser rentable.
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