Posteriormente, y a medida que hemos ido tomando conciencia de nuestro ortegiano yo y su circunstancia, las lágrimas se nos han ido transformando, tal como decía San Agustín, en la sangre del alma.
Sentir llorar a un niño, aunque es un hecho en ocasiones desconsolador además de en otras alertador, no deja de ser cotidiano. Incluso esta cotidianeidad llega hasta tal punto de normalidad en nuestra más tierna infancia, que lo primero que hemos hecho todos nada más nacer ha sido agarrarnos vehementemente a la vida con un vagido, para inmediatamente después convertir el ejercicio del llanto en la pulsión más descarada y corriente de la contrariedades de nuestro instinto. Posteriormente, y a medida que hemos ido tomando conciencia de nuestro ortegiano yo y su circunstancia, las lágrimas se nos han ido transformando, tal como decía San Agustín, en la sangre del alma. No obstante, y erizados la mayoría de nosotros por un concepto en boga de la madurez próximo al prototipo neonazi del hombre sin sentimientos, nos obstinamos en aparentar socialmente que nuestros espíritus están exangües de este plasma anímico, aunque en la intimidad más de una vez no podamos resistir la necesidad imperiosa de hacernos una sangría en el animo con el único objetivo, en muchos casos, de higienizarnos espiritualmente, tal como lo hacíamos siendo infantes.
Hace pocos días leía el estudio de una psicóloga caribeña en el que además de afirmar que el llanto proporciona beneficios físicos y emocionales, explica que éste aumenta la circulación sanguínea, nos ayuda a liberar tensiones y suscita que nos relacionemos de una manera más honesta con los demás. De un modo científico apostilla esta experta algo que todos ya conocemos por ciencia infusa: las bondades del derecho inalienable a llorar. Dicho de otra forma y como escribía el poeta norteamericano Vance Cheney, que ”el alma no tendría arcoiris si los ojos no tuvieran lágrimas”. Aunque, por desgracia, si estás lágrimas no se enjugan en la compañía de alguien, probablemente este arcoiris sólo será en blanco y negro.
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